Todos saben que la educación no es buena en Chile. No sé si horrible pero por dios que está mal enfocada. No hay que ser especialista en el área para darse cuenta que no basta sólo con meterle contenidos a esos pobres estudiantes. Va mucho más allá. Va con formar a una persona en sus valores, en sus capacidades, en sus potencialidades y en sus debilidades para saber afrontarlas. En formar espacios de participación para que desarrollen y muestren sus puntos de vista.
Todo eso es sólo un privilegio de pocos y nadie tuvo que contármelo porque yo lo tuve durante 12 importantes años de mi vida. Recién en la U encontré un espacio real en donde la opinión se toma en cuenta y se estimula. me costó mucho al principio pero pude superarlo en parte. De vez cuando me vuelven esos estados descerebrados a mis 26 años y con dos grados universitarios.
Esta realidad tan imperfecta se me vino nuevamente a la cabeza durante una de las clases en las que me toca enseñar inglés a un grupo de adolescentes. Fue algo súper decepcionante pero al mismo tiempo revelador. Fue gracias a los mineros de la mina San José. Ellos quienes se han convertido en orgullo nacional y símbolo de nuestra de chilenidad. De los cuales tanto se podría decir!
Comienzo la clase. Los saludo cordialmente y prosigo: "Did you see the miners yesterday on tv?. What did you feel about it?". Silencio sepulcral. Nadie responde en diez segundos. Reformulo la idea y escribo la palabra "miners" en la pizarra. No vuela una mosca. me pongo nerviosa ahora. Me cuestiono mi lesson plan. Finalmente decido hablarles en español. "Qué les parece lo que ha pasado con los mineros?". "Aah. Salieron en la tele hoy tía", me responde una chica que no se distrajo en ningún momento.
Mejor sigo con un juego de palabras. Me va mucho mejor aunque siento que resulta un tanto mecánico. Rescato la atención de ellos cuando les hablo de San Francisco. Sólo uno de ellos sabe que está en EE.UU. y agrega que es una ciudad de "cuicos". Decido no contestarle más que con una sonrisa porque, and i regret, sé que no habrá mucha más réplica. Les digo que abran el libro. No hay queja alguna porque están demasiado acostumbrados a eso. Ahora están sentaditos, calladitos y sin quejarse.
Me da mucha lata en ese momento. Me debo sentir como muchos profes día a día en las aulas: conscientes del error y con un gran sentimiento d culpabilidad, pero con la patética satisfacción de que los niños no están estorbando.
Al final me queda una lección demasiado triste: Ellos han sido entrenados para eso y no para opinar. Total, otros lo harán por ellos en el futuro.
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